En 1817, la pareja pasó un verano con George Gordon Byron, John William Polidori y Claire Clairmont cerca de Ginebra, Suiza, en donde Mary concibió la idea para su novela Frankenstein. Los Shelley abandonaron Gran Bretaña en 1818 y se mudaron a Italia, en donde su segundo y su tercer hijo murieron antes de que Shelley diese a luz a su último hijo, el único que sobrevivió, Percy Florence. En 1822, su esposo se ahogó al hundirse su velero, durante una tormenta en la Bahía de La Spezia. Un año después, Mary Shelley regresó a Inglaterra y desde entonces en adelante se dedicó a la educación de su hijo y a su carrera como escritora profesional. La última década de su vida estuvo plagada de enfermedades, probablemente vinculadas al tumor cerebral que acabaría con ella a los 53 años.
Hasta la década de 1970, Mary Shelley fue principalmente reconocida por sus esfuerzos para publicar las obras de Percy Shelley y por su novela Frankenstein, la cual sigue siendo ampliamente leída y ha inspirado varias adaptaciones en cine y teatro. Recientemente, los historiadores han comenzado a estudiar más detalladamente los logros de Mary Shelley. Los eruditos han mostrado un interés creciente en su producción literaria, particularmente en sus novelas, como las novelas históricas Valperga (1823) y Perkin Warbeck (1830), la novela apocalíptica El último hombre (1826) y sus dos últimas novelas, Lodore (1835) y Falkner (1837). Los estudios de sus trabajos menos conocidos, como el libro de viajes Caminatas en Alemania e Italia (1844) y sus artículos biográficos incluido en la obra de Dionysius Lardner Cabinet Cyclopaedia (1829–46) apoyan el punto de vista de que Mary Shelley continuó siendo una política radical a lo largo de su vida. Las obras de Mary Shelley a menudo argumentan que la cooperación y la compasión, particularmente las practicadas por las mujeres en sus familias, son las formas de reformar a la sociedad civil. Esta visión constituyó un desafío directo al romanticismo individual promovido por Percy Shelley y a las teorías políticas educativas articuladas por su padre, William Godwin.
Elementos autobiográficos:
Ciertas secciones de las novelas de Mary Shelley se interpretan como reescrituras encubiertas de su propia vida. La crítica ha señalado la repetición en los libros de los argumentos basados en la relación padre-hija, en particular como evidencia de su estilo autobiográfico. Por ejemplo, los historiadores frecuentemente consideran Mathilda (1820) como autobiográfica, identificando a los tres personajes principales como versiones de Mary Shelley, William Godwin y Percy Shelley. Mary Shelley misma declaró que basó a los personajes principales de El último hombre en los amigos que conoció en Italia. Lord Raymond, quien deja Inglaterra para pelear para Grecia y muere en Constantinopla, está basado en Lord Byron; y el utópico Adrian de Windsor, quien lidera a sus seguidores en la búsqueda de un paraíso natural y muere cuando su barco se hunde en una tormenta, es un retrato ficticio de Percy Bysshe Shelley. Sin embargo, como escribió en la crítica de la novela de Godwin Cloudesley (1830), no creía que los autores «se copiasen meramente de sus propios corazones». William Godwin catalogó a los personajes de su hija como estereotipos, en lugar de retratos de la vida real. Algunos críticos modernos, tales como Patricia Clemit y Jane Blumberg, han tomado el mismo punto de vista, resistiéndose a las interpretaciones autobiográficas de las obras de Mary Shelley.
Géneros de novelas:
« No necesita nada más: incluso su nombre la relaciona con la muerte... Los relatos íntimos, en los cuales se había basado la relación, terminaron con la muerte de Euthanasia. Por lo tanto, sólo encontramos en las historias que corren de voz en voz un resumen de los últimos años de la vida de Castruccio».
Mary Shelley emplea las técnicas de varios géneros de novela diferentes, principalmente el que seguía Godwin, el estilo de novela histórica de Walter Scott y la novela gótica. El estilo basado en Godwin, popularizado durante la década de 1790 con obras como Caleb Williams, del mismo Godwin, «emplearon una forma similar a la de Rousseau para explorar las relaciones contradictorias entre el individuo y la sociedad»; Frankenstein exhibe varios recursos literarios similares a los de la novela de Godwin. Sin embargo, Shelley critica aquellos ideales de la educación que Godwin promueve en sus obras. En El último hombre, utiliza la forma filosófica de dicha corriente para demostrar la falta de sentido que tiene el mundo. Mientras que las primeras novelas con este estilo mostraban cómo los individuos podían, lentamente, transformar la sociedad, El último hombre y Frankenstein demuestran la carencia de control de la persona sobre la historia.
Ilustración y Romanticismo:
Frankenstein, como casi todas las novelas góticas de su período, mezcla una temática visceral y marginal con una especulativa y que presenta ideas sin precedentes. En lugar de focalizarse en los giros y cambios del argumento, la novela resalta las luchas mentales y morales del protagonista, Victor Frankenstein, y Shelley combina el texto con su propia dosis de romanticismo político, el cual critica el individualismo y el egocentrismo del romanticismo tradicional. Victor Frankenstein es como Satanás en El paraíso perdido y como Prometeo: se rebela contra la tradición, crea vida y modela su propio destino. Estos rasgos no son retratados positivamente; como escribe Blumberg, «su impecable ambición es un engaño a sí mismo, disfrazada como la búsqueda de la verdad». Frankenstein debe abandonar a su familia para cumplir su ambición.
Mary Shelley creía en la idea basada en los pensadores de la Ilustración de que la gente podía mejorar la sociedad a través del ejercicio responsable del poder político, y temía que la práctica irresponsable de ese poder llevaría al caos. En la práctica, sus obras critican ampliamente a los pensadores del siglo XVIII tales como sus padres, los cuales creían en que debería generarse un cambio. El monstruo de Frankenstein, por ejemplo, lee libros asociados con ideales radicales, pero la educación que obtiene no le sirve. Las obras de Shelley la muestran menos optimista que Godwin y Wollstonecraft; niega la teoría de Godwin de que la humanidad finalmente será perfeccionada.
Historias cortas:
Shelley frecuentemente escribió historias para acompañar ilustraciones, tales como esta, la cual acompañó «Transformación» en la obra de 1830 Recuerdo.
En las décadas de 1820 y 1830, Mary Shelley frecuentemente escribió historias cortas para libros de regalo o anuarios. Por ejemplo, incluyó dieciséis en el anuario The Keepsake (El Recuerdo), el cual estaba dirigido a las mujeres de clase media y venía envuelto en seda, con páginas con bordes dorados. Los trabajos de Mary Shelley en este género han sido descritos como «superficiales» y «repletos de palabras». Sin embargo, la crítica Charlotte Sussman señala que algunos de los principales escritores de la época, tales como los poetas románticos William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge, también se aprovecharon de este rentable mercado. Explica que «las antologías fueron una forma de la producción literaria en las décadas de 1820 y 1830», siendo El Recuerdo el más exitoso.
Varias de las historias de Shelley están ubicadas en lugares y tiempos alejados de la Gran Bretaña del siglo XIX, tales como Grecia y el reinado de Enrique IV. Shelley estaba particularmente interesada en la «fragilidad de la identidad personal» y a menudo describía «la forma en que el papel de una persona en el mundo puede ser catastróficamente alterado por una conmoción emocional interna, o por algún acontecimiento inesperado que refleja un cisma interno». En sus historias, la identidad femenina está unida al valor de la mujer en el matrimonio, mientras que la identidad masculina puede ser sostenida y transformada a través del dinero. Aunque Mary Shelley escribió treinta y una historias cortas para anuarios entre 1823 y 1839, siempre se vio a sí misma, sobre todas las cosas, como una novelista.
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